La historia de los orígenes de Roma

Con frecuencia, cuando se escudriña el pasado de un pueblo o de una cultura en busca de sus orígenes, la historia y los mitos se confunden. Así, cuenta la leyenda que Roma fue fundada por los hermanos gemelos Rómulo y Remo el 21 de abril del año 753 a.C. Los historiadores modernos, evidentemente, desechan los viejos cuentos, por fantásticos que estos sean, e investigan las evidencias históricas que permitan hacer conjeturas fundadas acerca de su origen y evolución. Cualquier rastro humano es una buena pista para ello (cabañas, tumbas, utensilios de uso cotidiano...).

La arqueología, palabra compuesta del griego ἀρχαίος (antiguo) y λόγος (estudio), nos ofrece una datación cronológica sobre los primeros asentamientos humanos que se remonta, al menos, al siglo X a.C. El lugar concreto donde se han encontrado indicios de civilización se localiza en unas colinas situadas en la región del Lacio (en el centro de la Península Itálica), un refugio natural y cómodo que sirvió a sus primeros pobladores para protegerse de la insalubridad de las zonas pantanosas y de los desbordamientos del río Tíber.

Además de los pueblos latinos, se hallaban en la península otros pueblos, entre los que destacan etruscos, umbros, oscos, réticos, sabinos, vénetos, volscos, ligures, picentes y samnitas. También los griegos llegaron a Italia y establecieron sus colonias en el Sur, principalmente en la isla de Sicilia (zona que se denominaba con el nombre de Magna Grecia). Con todos ellos los romanos establecieron contactos (bélicos o amistosos) y recibieron, en mayor o menor medida, parte de su influencia cultural.

Si nos centramos en los pueblos latinos, y atendemos a lo explicado por los antiguos historiadores romanos, se nos cuenta que estos pronto decidieron unificarse formando una confederación llamada Liga Latina, cuyo principal lazo de unión era la veneración a un mismo dios (Júpiter). Posteriormente se creó otra confederación en las aldeas que poblaban las siete colinas en torno al Tíber y que, en última instancia, acabaron dando origen a la ciudad de Roma. Dicha unión de aldeas recibió el nombre de Septimontium y comprendía aquellas asentadas en los montes Aventino, Capitolio, Celio, Esquilino, Palatino, Quirinal y Viminal. Haciendo honor al dicho de "la unión hace la fuerza", los primeros pobladores de Roma no solo consiguieron defenderse de los invasores que amenazaban sus fronteras, sino que además lograron prosperar y expandirse hasta crear un gran imperio que perduró durante más de mil años.